Nuestra vida futura

9 diciembre, 2023 0 Por espiritasmadrid

Artículo redactado por Juan Miguel Fernández

La escuela científica de Oslo, en 1978, aportó la teoría de la posibilidad del determinismo, de que nada es. Este es un sistema filosófico que niega al hombre el derecho de obrar libremente, de acuerdo con su voluntad. Es decir, “todos nosotros somos un futuro permanente”. “Aquellos que sigamos aquí, ya no estamos aquí”.

40 minutos que estemos hablando aquí, una gran parte de nuestro cuerpo se ha muerto, y una gran parte sea reconstituido.

Desde la fisiología, la ciencia que estudia las funciones de los seres orgánicos y los fenómenos de la vida, se nos dice que cada quince minutos, 1/7 parte de nuestro cuerpo se muere, mientras que 1/7 se restablece.

En cada segundo treinta millones de glóbulos rojos mueren y treinta millones de glóbulos rojos nacen, hasta el día que por la vejez, no naciendo más glóbulos rojos, llegue la descomposición orgánica y como consecuencia la muerte física.

Esto quiere decir que una persona de 70 años, posiblemente ya tuvo diez cuerpos y no se dio cuenta, porque toda la materia cada 7 años se transforma, con excepción de las neuronas cerebrales.

El misterio de la muerte es la transformación de una realidad objetiva, para otra realidad de naturaleza sub-objetiva.

La ciencia ha venido a demostrar que la muerte ya no tiene misterios, puesto que la muerte es una puerta que se abre para la vida. Vivimos en la Tierra el prólogo de la realidad espiritual. Venimos pues de la Patria del Espíritu y retornaremos a la Patria del Espíritu.

Allan Kardec, el codificador dijo, que el ser pensante está constituido por tres elementos: El Espíritu eterno, principio inteligente del Universo, El periespíritu, o cuerpo de plasma biológico, constatado por la cámara Kirlian, y la materia, que es la sombra transitoria que pasa.

El filósofo contemporáneo alemán Ernst Bloch, ha dicho que: “No fue el moralismo del Sermón de la Montaña, sino la promesa de una vida eterna, del paraíso, lo que permitió la victoria del Cristianismo sobre el paganismo de la omnipotente Roma”.

La certeza de la vida futura del Espíritu no excluye la aprehensión en cuanto al desprendimiento del cuerpo. Hay muchas personas que no temen precisamente a la vida futura, sino al momento de la muerte. ¿Será doloroso ese momento? ¿Cómo nos sentiremos? Para tratar de aclarar esas cuestiones, Kardec consultó a los Espíritus y recibió de ellos como esclarecimiento que “el cuerpo físico casi siempre sufre más durante la vida que en el momento de la muerte; el alma no toma parte de eso. Los sufrimientos que algunas veces se experimentan en el instante de la muerte son un gozo para el Espíritu”.

Sin embargo, es preciso que consideremos que la liberación del envoltorio físico no es igual para todos, ya que hay una variación muy grande, tan grande como las diferentes formas de vivir adoptadas por los encarnados.

Cuando se ve la calma de algunos moribundos y las convulsiones terribles de otros, se puede juzgar por anticipado que las sensaciones experimentadas no siempre son las mismas.

La separación del alma se hace de forma gradual, pues el Espíritu se suelta poco a poco de los lazos que lo retenían, de manera tal que las condiciones de encarnado o no encarnado, en el momento del desenlace, se confunden y se tocan, sin que haya una línea divisoria entre las dos. Algunos factores pueden influir para que el desprendimiento ocurra con mayor o menor facilidad, factores que están relacionados con el estado moral del hombre desencarnado.

La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu es proporcional del apego a la materia que alcanza su grado máximo en el hombre cuyas preocupaciones corresponden exclusiva y únicamente a la vida de gozos materiales. Por el contrario, en las personas que anticipadamente se identifican con la vida espiritual, el apego es casi nulo. Si se trata de muerte natural, resultado de la extinción de las fuerzas vitales por vejez o enfermedad, el desprendimiento se opera gradualmente. Para el hombre cuya alma se desmaterializó y cuyos pensamientos se separan de las cosas terrenas, el desprendimiento casi se completa antes de la muerte real, es decir que mientras el cuerpo todavía tiene vida orgánica, el espíritu ya penetra en la vida espiritual, ligado solamente por un hilo tan frágil que se rompe con el último latido del corazón. Después de la muerte ninguna reacción lo afecta. El despertar en la vida espiritual es como despertar de un sueño tranquilo, placentero, para iniciar una nueva fase de su vida.

Elizabeth Kübler-Ross, en su libro, “La muerte: un amanecer” nos dice que el alma abandona el cuerpo como la mariposa abandona el capullo de seda.

Sin embargo, el desconocimiento de la vida espiritual hace que el espíritu se apegue a la vida material, que estreche su horizonte y al resistir con todas las fuerzas, consiga prolongar la vida y consecuentemente, su agonía, por días semanas, meses…

Es por ello, que aun tenemos tiempo para analizarnos y elegir el camino más apropiado para preparar nuestra vida futura.