Nuestra propia naturaleza

9 diciembre, 2023 0 Por espiritasmadrid

Artículo redactado por Juan Miguel Fernández

Cuenta la fábula que un escorpión le pidió a una rana que le llevara sobre sus espaldas para cruzar un caudaloso río. La rana accedió, ya que el escorpión la argumentó que si le inoculaba su mortal veneno durante la travesía, ambos se ahogarían. El escorpión, sin embargo, picó a la rana y ésta le interpeló: “¿Por qué has provocado tu muerte al morderme?” El escorpión respondió “No lo he podido evitar. Es mi propia naturaleza”.

En estos momentos en que la cultura alcanza sus más altas expresiones, cuando la Ciencia se está aproximando más a Dios auxiliada por la Tecnología y los hombres soñamos con la posibilidad de detectar vida fuera de la Tierra, vemos también que estamos dominados por la torpeza, el comportamiento agresivo, la excesiva miseria de centenares de millones de personas, social y económicamente abandonas al hambre, a las enfermedades, a la muerte prematura y que los excesos de toda naturaleza se convierten en una verdadera paradoja de la sociedad.

Los seres humanos, ricos en aspiraciones ennoblecidas, todavía no hemos conseguido desvincularnos de las cadenas de los instintos perturbadores. Esta visión nos debe afligir por ser un espectáculo inesperado en el proceso de la evolución que es irreversible.

A pesar de ello, ni los antiguos sabios de Grecia, ni los grandes pensadores de nuestros días, han podido definir una obra tan perfecta, tan llena de episodios interesantes y de sucesos conmovedores, como encierra ese ser divino llamado hombre.

Sin embargo, nada es más difícil en la Tierra que cambiar el modo de ser del hombre: hay vicios tan arraigados y tan malas costumbres adquiridas, que nos dominan absolutamente, y todo lo más que en una existencia se consigue, es avergonzarse de ellas y tratar de ocultarlas. Pero dista mucho de ser lo suficiente para regenerarnos.

Las religiones, atemorizando más que educando, nos han empequeñecido; la falsa ciencia nos ha enorgullecido. Nos adueñamos de lo exterior y nos perdemos interiormente. Avanzamos en la línea horizontal del progreso técnico sin lograr la ética vertical. En el inevitable conflicto que se establece entre la armonía y el placer, se nos desconectan los centros de equilibrio, y las tensiones, frustraciones, vicios, ansiedades, fobias, etc., facilitan las desarmonías psíquicas que son somatizadas por los problemas orgánicos, creándonos tormentos mentales y emocionales.

Una simple atención a las noticias facilitadas por los medios de comunicación, nos muestran que la vida en el planeta hoy, se encuentra mucho más deteriorada moralmente, al tiempo que la Ciencia progresa. No obstante, observamos que a medida que se suprimen sufrimientos en el cuerpo, se multiplican las aflicciones del alma; Guerras, homicidios, suicidios, tragedias conyugales, etc., No existe ningún país con suficientemente preparación espiritual para el bienestar físico. A pesar de ello, el hombre dominará, cada vez más, el paisaje exterior que constituye su morada, aunque no se conozca a sí mismo. Por lo general valoriza siempre lo que dejó de tener o lo que aun no poseyó o que desperdició. En la vida moral el fenómeno es equivalente.

La aproximación de la muerte o en la sospecha de eso, se proyectan planes de ennoblecimiento, de realizaciones superiores, para posteriormente abandonarlos después que pasa el peligro, regresando a la insensatez con redoblada complacencia.

Se nos dirá que la mayoría de los espiritistas tienen las mismas debilidades y flaquezas que los demás hombres, ¿quién lo duda?

El Espiritismo no ha venido a hacer santos; ha venido a llevar a cabo una reforma grande, profunda, trascendental, y por esta razón su trabajo es lento; mientras más gigantesca es la obra, más tiempo se necesita para llevarla a cabo.

Ahora bien, no basta con saber y con creer lo que la Doctrina Espírita transmite a través de su conocimiento, es preciso vivir lo que se cree; es decir penetrar en la práctica cotidiana de la vida los principios superiores que hemos adoptado. Hay que habituarse a comunicar por el pensamiento y el corazón con los espíritus nobles que han sido reveladores. Vivir con ellos en una intimidad diaria, inspirarnos en sus puntos de vista, percibir y sentir su influencia, se reflejará en todos nuestros actos.

En las relaciones que sostenemos con nuestros semejantes, es necesario constantemente recordar esto: Los hombres somos viajeros en marcha, ocupando diversos sitios en la ruta de la evolución que todos recorremos. Por consiguiente, no podemos exigir ni esperar nada que no esté en la esfera del grado de adelanto.

No hay progreso posible sin la observación atenta de uno mismo. Es preciso vigilar todos nuestros actos impulsivos, a fin de llegar a saber en qué sentido debemos dirigir nuestros esfuerzos para mejorarnos. De momento, regular la vida física, a fin de asegurar la salud del cuerpo, este instrumento tan maravilloso e indispensable que precisamos para desarrollar el papel terrestre. Después ejercitarnos en disciplinar las emociones para perfeccionarnos moralmente. Aprender, sobre todo, a olvidarse de sí mismo, a sacrificar el yo y desprendernos de todo sentimiento de egoísmo.

El hombre realmente libre es aquel que es consciente de sus responsabilidades, no necesitando nada externo para alcanzar los logros elevados que se propone. El conocimiento real, se le torna una necesidad esencial, precisando de la meditación y de la vivencia de sus estatutos para seguir la marcha con la elevación indispensable para la victoria.

Seguramente ésta fue la idea de Jesús al preconizar que debíamos buscar la VERDAD que nos haría LIBRES.