El hombre de bien

21 octubre, 2023 0 Por espiritasmadrid

Artículo redactado por Juan Miguel Fernández Muñoz

El hombre es un ser muy complejo, porque recopilando sus experiencias pasadas tiene en el inconsciente un archivo completo de la raza, de la cultura, de las tradiciones que surgen en su comportamiento. La educación, los hábitos, los fenómenos psicológicos y fisiológicos lo alteran a cada momento. Así que de la acumulación de todos estos valores provienen sus aspiraciones, tendencias y anhelos, así como sus conflictos, ansiedades y realizaciones.

El inconsciente le dicta siempre, como efecto, qué hacer y qué no realizar, y lo inclina hacía una u otra dirección. No obstante, el mecanismo esencial de la Vida lo impulsa al progreso, a la evolución, a través de los programas del auto perfeccionamiento, de orientación, de trabajo…

Las consecuencias naturales de este proceso es una mente confusa que busca la claridad, siendo los problemas psicológicos los que aguardan la solución.

Es fundamental para él, la adopción de propósitos para saber cuál es el motivo de su confusión mental y entender los síntomas antes de intentar solucionarlos superficialmente, dejando abierta una brecha para las nuevas dificultades que son el resultado de todos ellos.

Para que el hombre conserve el propósito de entendimiento de sí mismo y de la Vida, es necesario que pueda percibir de manera íntegra cada hecho, sin juzgamiento, sin compasión, sin acusación.

El entendimiento de sí mismo, con el fin de encontrar las raíces de los problemas para extirparlos, exige una fuerza permanente y un propósito perseverante, que mantenga su esfuerzo moralmente fortalecido.

Todos los problemas que existen en el hombre, proceden de él mismo, de sus complejidades. En razón de su propio pasado, las tentativas de mantener los propósitos de autoconocimiento, terminan en fracaso por falta de perseverancia, por el desánimo de las dificultades de su existencia y por desinterés de librarse de los conflictos. El hombre se queja de que el autoconocimiento agota la fuerza, ante el desgaste que el esfuerzo provoca. Tal vez no sea necesaria una lucha como la que se enfrenta en otras actividades. Mantener los propósitos de renovación y de auto perfeccionamiento es el resultado de una aceptación normal y de todo momento, de la necesidad de auto descubrirse, muriendo para las opresiones y ansiedades, los miedos y las rutinas de lo cotidiano. Con esta acción consciente de la cual se impregna, el hombre se transforma interiormente, sin neurosis o cualquier otro fenómeno psicótico perturbador de la personalidad y de la vida.

Desde el punto de vista filosófico, la conciencia es un atributo altamente desarrollado en la especie humana, que se caracteriza por una oposición básica y esencial. Teniendo en cuenta que ningún objetivo otorga plenitud al individuo, éste pasa a disputar la necesidad que contiene el despertar, interpretando los mitos que yacen en él. Es el atributo mediante el cual el hombre entra en relación con el mundo, destacándose así los denominados estados interiores y subjetivos, creando la posibilidad de alcanzar la distancia y lograr los niveles más altos de su integración.

Encontramos en las religiones de la antigüedad oriental, los conflictos relevantes entre las tinieblas y la luz, el bien y el mal. Ellas componen las bases de la conciencia humana, que se acrecienta a través de los tiempos y que da, desde el principio, la idea de sus variadas expresiones como: la conciencia moral, la conciencia de la fe, la conciencia del deber, de la justicia, de la paz, del amor…

Los equipamientos que constituyen la conciencia se atenúan y adquieren las más amplias percepciones que facilitan el desarrollo emocional y ético del hombre, que lo auxilian con la liberación de sus dificultades. Las herencias atávicas, que se convierten en arquetipos en el inconsciente individual y colectivo, hablan de las realidades del espíritu, responsable en sí mismo de los residuos psíquicos que se transforman en los contenidos preponderantes para la transformación de la conciencia.

El hombre debe adquirir el conocimiento para elevarse del ser bruto y convertirse en el sujeto depositario de la conciencia. No le bastará conocer, sino también vivir la experiencia de ser el objeto conocido. No solo de afuera hacia adentro, sino también desarrollar lo que le es conocido e incorporarlo a su realidad. La vida saludable es la que surge de la consciente libertad, que es capaz de enfrentarse a los obstáculos y a las dificultades que se presentan en las relaciones humanas y en la propia individualidad. Ésta es la meta a la que aspira la conciencia.

El amor debe ser una constante en la existencia del hombre. La presencia del Amor está en todo y en todos los seres. En un lugar se revela como orden, en otro como belleza, y sucesivamente, como armonía, renovación, progreso, vida convocándonos a la reflexión.

El amor es el antídoto más eficaz contra cualquier mal. Actúa en las causas y altera las manifestaciones, cambiando la estructura de los contenidos negativos cuando éstos se exteriorizan. Se revela en el instinto y predomina durante el periodo de la razón; es el responsable de la plenitud de la criatura humana.

El amor instaura la paz e irradia confianza, promueve la no violencia y establece la fraternidad que une y solidariza a los hombres entre sí, anulando la distancia y las sospechas. Es el más poderoso vínculo con la Causa Generadora de la Vida. Es el motor que impulsa la acción bondadosa y que amplía el sentimiento de generosidad, al mismo tiempo que estimula la paciencia. Gracias a su acción, la persona dona, realiza el gesto de la oferta generosa de las cosas hasta el momento en que conduce con naturalidad y sacrificio su auto donación.

El amor es el rio en el que se ahogan los sufrimientos ante la imposibilidad de sobrenadar en las fuertes corrientes de sus impulsos benéficos. Sin él, la vida perdería el sentido, el significado. El amor puro expresa junto a la sabiduría, la más relevante conquista humana.

Podemos considerar que desde que el ser humano comenzó a vivir en nuestro planeta, siempre han existido hombres de bien que ayudaron a la marcha del progreso de la Humanidad. En el transcurrir de los tiempos se distinguió principalmente por su correcto comportamiento en su relación con aquellos compañeros que convivieron con él.

Su marcha, a pesar de las apariencias disonantes de alegría y tristeza, de salud y enfermedad, está dentro del proceso de las conquistas que le cabe realizar, paso a paso, con dignidad y con iguales condiciones delegadas a sus semejantes, sin proteccionismos viles o castigos que limitan indebidamente, y que fueron los arquetipos del privilegio y del rechazo latente en muchos.

La resolución de ser feliz rompe las amarras de un karma negativo ante la oportunidad de conquistar méritos a través de acciones benéficas y constructivas, y tiene como objetivo a sí mismo, al prójimo y a la sociedad.

En la vida no hay ningún obstáculo para la felicidad. La madurez psicológica, la visión correcta y optimista de la existencia, son esenciales para adquirir la felicidad posible.

En su avidez por poseer, el hombre supone que el apego a las cosas, la disponibilidad de recursos y la ausencia de problemas, son los factores básicos de la felicidad y se dedica desesperadamente a lograrlo.

Sin embargo, al disfrutar de ellos, se da cuenta de que no es dichoso, aunque tenga confort, porque es en su mundo interior, de satisfacción y lucidez en torno de las finalidades de la vida, donde están los valores de la plenitud.

La Filosofía, a través de sus diversas escuelas, ha procurado ofrecer al hombre los caminos para ser feliz a través de continuas tentativas de interpretar la vida y de comprenderla. Sócrates y Platón establecieron que el hombre era el resultado del ser o espíritu inmortal y del no ser o su materia que, unidos, le permitían efectuar el proceso de su evolución.

Jesús, superando todos los límites del conocimiento, se convirtió en el biotipo del Hombre de Bien, por haber desarrollado todas las actitudes heredadas de Dios, en la condición del ser más perfecto que se haya conocido.

El hombre que se auto descubre se vuelve indulgente, y sus acciones se transforman en benevolencia, beneficencia, amor. Su espacio interior se expande y alcanza al prójimo, a quien alberga en el área de su interés, modificando mejor la convivencia y la estructura psicológica de su grupo social.

Su acción fortalece y consolida las disposiciones del comportamiento del individuo, porque ahora está impregnado por el idealismo del crecimiento emocional, sin perturbaciones y socialmente sin conflictos para relacionarse.

Debido a su identidad transparente, pasa a comprender los dilemas y dificultades de los otros, coopera en favor del beneficio general y se transforma en un elemento propulsor del progreso común.

Ese proceder, el de la acción bien experimentada, hace que el hombre se sienta satisfecho consigo mismo, brindándole la espontánea alegría de vivir, porque su consciencia madura psicológicamente a favor de su existencia. Al vencer sus malas inclinaciones, adquiere sabiduría para la bondad y evita las pasiones que desgastan y consumen. Procediendo así, se transforma en un ser pacífico y productivo, que no se enoja ni riñe, sino, al contrario, armoniza todo y a todos de su alrededor.

Esa transformación se procesa lentamente, y él se da cuenta de ello sólo después de haber vencido las etapas de la incertidumbre y el entrenamiento. Su acción gentil corona su esfuerzo porque ya no permite la presencia de la amargura, del odio, del resentimiento…

Las características que acompañan al verdadero hombre de bien son la práctica de la ley de justicia, de amor y de caridad. Él interroga a su conciencia sobre sus propios actos, se pregunta a sí mismo si no violentó o profanó esta ley, si no ha hecho mal y si hizo todo el bien que podía hacer. Si despreció voluntariamente alguna ocasión de ser útil a los demás. Si alguien tuviese quejas de él, en fin, si hizo a otro todo lo que quisiera que hubiesen hecho por él, pero sobre todo lo expuesto, por su incansable lucha encaminada hacia el bien ajeno.

Asimismo, interroga a su conciencia examinando sus propios actos, preguntándose si obró correctamente aprovechando así la oportunidad de ser útil. Reconoce que todas las vicisitudes de la vida, los dolores, sufrimientos y desilusiones, son las pruebas o reparaciones que debemos afrontar y las acepta sin queja.

El Evangelio según el Espiritismo nos dice que el verdadero hombre de bien tiene fe en Dios, en su bondad, justicia, sabiduría y sabe que además nada ocurre sin su consentimiento, al tiempo que se somete a todas las cosas de su voluntad.

Es por ello que tiene fe en el porvenir. Y sabe que los bienes espirituales predominan por aquellos que son circunstanciales, del momento. Es bueno, benevolente y humanitario con todo el mundo, sin distinción de razas o creencias, porque considera que todos los hombres somos hermanos.

Toda su vida es un modelo; constituye un ejemplo que se debe seguir para que, todo aquel, que desee la liberación real, logre su plenitud.

Halla su beneficio en la satisfacción que siente al prestar sus servicios y encontrar la dicha que crea a los demás, al enjugar sus lágrimas y en proporcionar consuelos a los que sufren. Pensar antes en los demás antes que en sí mismo y buscar el interés ajeno, es su primer pensamiento.

Persuadido del sentimiento de caridad y de amor al prójimo, genera el bien por el bien mismo, sin esperar obtener beneficio alguno. El devuelve bien por mal y defiende al débil contra la imposición del fuerte, sacrificando su interés a favor de la justicia.

El hombre de bien sabe que amar al prójimo como a sí mismo y hacer por los demás lo que quisiéramos que ellos hiciesen por nosotros, es la expresión más completa de la caridad, por cuanto se resume así todos los deberes con nuestros semejantes. A este respecto, no se puede tener una guía más segura que tomar por medida de lo que se debe hacer a los demás, aquello que se desea para sí. ¿Con qué derecho exigiríamos de nuestros semejantes mayor suma de buenas acciones, más indulgencia, benevolencia y abnegación que los que les dispensamos? La puesta en práctica de estas máximas tiende a la destrucción del egoísmo.

También sabe él que cuando los hombres adopten estas reglas en sus conductas y por base de sus instituciones, comprenderán la auténtica fraternidad y harán que reinen entre ellos la paz y la justicia. No habrá ya odios ni enfrentamientos, sino unión, armonía y mutua tolerancia.

El hombre de bien respeta a sus semejantes aunque no piensen como él. No tiene odio, rencor o intenciones de venganza. Olvida y perdona las ofensas recibidas y considera los beneficios al recordar que le será perdonado en la misma medida en que él perdone a los demás.

En todas las posiciones del hombre de bien, su guía es la caridad. Asimismo se dice que el que inflige daño a los demás con palabras maliciosas, el que hiere la sensibilidad ajena con su orgullo y desaire, el que no retrocede ante la idea de ocasionar una pena o contrariedad, aunque sea leve, cuando podría evitarlo, falta al deber del amor al prójimo y estará supeditado a la clemencia de Dios.

Su postura es indulgente con las flaquezas de los demás, pues comprende que él también necesita de la indulgencia. En San Mateo, 7:1 y 2, encontramos: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido”

El hombre de bien es discreto y no se complace en indagar los defectos de sus semejantes ni en ponerlos de relieve. Si la necesidad lo fuerza a ello, repara siempre en el bien que pueda atenuar el mal.

Analiza sus propias imperfecciones y trabaja sin tregua combatiéndolas día tras día. Todos sus esfuerzos tienden a poder decirse, al siguiente día, que se ha hecho un poco mejor que la víspera.

No intenta dar pruebas de su ingenio, ni de su talento a expensas de otros, pero si aprovecha todas las ocasiones para hacer resaltar los méritos de los demás. No se enorgullece ni de su fortuna, ni de sus ventajas personales, porque sabe que todo lo que se le ha concedido le puede ser arrebatado en cualquier momento. Es por ello que usa, no abusa, de aquellos bienes que se le han otorgado, puesto que conoce y comprende que es un depósito del que deberá rendir cuentas y que ponerlos al servicio de sus pasiones será lo más dañoso que pueda adquirir para su satisfacción.

Si su posición social le ha distinguido con el hecho de poder disponer bajo su mando a hombres, los tratará con bondad y benevolencia, pues sabe que ellos son iguales ante Dios y utilizará la autoridad para elevar la moral de sus subordinados y no para agobiarlos con su orgullo, evitando así todo aquello que pudiera hacerles más penosa su actual situación.

En síntesis, el hombre de bien respeta en sus semejantes todos los derechos que las leyes de la Naturaleza les conceden, considerándose que así se respetan los suyos propios.

Sabemos que la enumeración de todas estas cualidades que al hombre de bien le distinguen no son completas, pero quien se esfuerce por poseerlas, está en el camino que conduce a todas las demás.

La felicidad relativa es posible y está al alcance de todos los hombres, siempre que ellos acepten los acontecimientos conformen se presenten. Ni exigencias de sueños fantásticos que en realidad no se manifiestan, ni el hábito pesimista de mezclar la luz de la alegría con las sombras densas de los desequilibrios emocionales.

Idear la felicidad sin apego e insistir para conseguirla; trabajar las aspiraciones interiores y armonizarlas con los límites del equilibro; digerir los acontecimientos desagradables como parte del proceso; mantenerse vigilante sin tensiones ni recelos, producirá la madurez psicológica liberadora de los karmas del fracaso y abrirá espacios para el encuentro consigo mismo, para la paz que otorga la plenitud.